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domingo, 2 de septiembre de 2012

Los supositorios


Existe un género de personas, no lo suficientemente definido, pero que yo denominaré “los supositorios”. Son personas muy dadas a no apreciar el silencio, menos aún un silencio a tiempo.
Es gente que el término “método científico” le suena muy lejano, algo de universidades, de gente listilla, pero nada que ver con ellos. Con lo cual para nada aplicarán el método científico a su locuacidad, ni por mera prudencia, o la buena educación recibida de sus padres. Así que para estos seres supositorios, hablar es gratis, todo lo más que se les demanda es un trago de líquido de vez en cuando para reponer la saliva perdida.
En el mundo de los seres supositorios la imagen, el honor y el respeto son cosas que han oído alguna vez en Sálvame cuando el presentador ha tenido que leer una sentencia condenatoria. Ellos jamás sabrán de ese tipo de sentencias, porque al menos los medios de comunicación se identifican en sus fechorías, un ser supositorio no; porque el ser supositorio lanza al mundo sus suposiciones y cuando éstas empiezan a rodar y llegan al protagonista la suposición en cuestión, ya no hay modo de saber quien la echó a rodar en un inicio.
Un supositorio no es necesariamente un mentiroso, no es un calumniador ni un injuriador, y tampoco ha de tener necesariamente mala fe al generar sus suposiciones. Es alguien que sencillamente cree disfrutar de una buena conversación en la que quiere un poco de protagonismo.
El supositorio no es normalmente el que comienza a poner a alguien en el disparadero. En una conversación sobre Doña Gumersinda, el supositorio sólo añade datos de sus suposiciones a la historia. Si se dice que Doña Gumersinda es una cincuentona separada que se vino a trabajar para estar al lado de su amante. El supositorio añadirá algún dato cierto y lo relacionará con otro para dar fuerza a su hipótesis. Por ejemplo: El supositorio añade a la conversación que nunca ha visto más que una vez al novio de Doña Gumersinda, que sería idóneo que el novio viniera de vez en cuando porque el casero de Doña Gumersinda no quiere alquilar a solteros. Éstos únicos hechos llevan al supositorio a lanzar su suposición:
“¿Os acordáis de aquel chico gallego que empezó a enamorar a una por internet y se divorció de su mujer y pidió un traslado a su empresa a Ceuta, donde vivía su cibernovia? Que luego la tía le dijo que qué hacía allí, que una cosa era tratarse por internet y otra que se presentara así por las buenas. Ése.” El supositorio toma resuello: “Pues yo creo que... a Doña Gumersinda le ha pasado lo mismo, ha deshecho su matrimonio, se ha venido aquí, y ahora el novio no quiere saber nada de ella.” El supositorio queda conforme, los demás se le quedan mirando. Y al poco tiempo el propio supositorio oye su suposición, pero sin “Pues yo creo que...”, sólo oye sus palabras, para nada textuales, y para él eso es la confirmación de que sus suposiciones son realidades, con lo cual se dedica a repetir con más ahínco su hallazgo. Mientras tanto, Doña Gumersinda ve con la frecuencia que su trabajo le permite a su novio que está en el hospital desde hace varios meses.
Ser justo en la vida hablando es un propósito que nadie se hace. Cuando se toma la vida de alguien en una conversación todos cuentan con que esa persona no se enterará, o que si se entera, los más retorcidos, piensan, que esa persona no tendrá narices de recriminar las habladurías de las que ha sido objeto.
Total, por un momento de contacto humano a través de una conversación atentatoria contra la intimidad y la imagen de cualquiera, bien vale el sacrificio. Pero todos estamos en el mundo, y todos somos potenciales protagonistas de conversaciones de este tipo. TE PUEDE PASAR A TI.
Uno puede hacer en su casa lo que quiera, incluso ser un supositorio, pero una vez se sale de la puerta para fuera las palabras que se profieran no son ya dueñas de uno, pero el daño sí, moralmente el daño es siempre de quien genera una suposición. A ciertas edades uno debe saber lo de: Uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. Porque si no puedes acabar convirtiendo a la amiga de alguien en su hija sólo porque es bajita. O achacando locuras a alguien que gusta de ser una persona hogareña y con pasatiempos que no son al aire libre o al calor de una barra de bar. O incluso puedes convertir en pobre de solemnidad a alguien sólo porque su coche tiene un defecto de fábrica en la pintura, pero anda de maravilla, pese a su aspecto cochambroso. O convirtiendo en amante de una al amigo del marido sólo por verle entrar con frecuencia en la casa. O decir que porque la novia de un tío está muy buena es que la ha sacado de un club, sólo porque el chico es horroroso. Y así hasta el infinito.