Existe
un género de personas, no lo suficientemente definido, pero que yo denominaré “los
supositorios”. Son personas muy dadas a no apreciar el silencio, menos aún un
silencio a tiempo.
Es
gente que el término “método científico” le suena muy lejano, algo de universidades,
de gente listilla, pero nada que ver con ellos. Con lo cual para nada aplicarán
el método científico a su locuacidad, ni por mera prudencia, o la buena educación
recibida de sus padres. Así que para estos seres supositorios, hablar es
gratis, todo lo más que se les demanda es un trago de líquido de vez en cuando
para reponer la saliva perdida.
En el
mundo de los seres supositorios la imagen, el honor y el respeto son cosas que han
oído alguna vez en Sálvame cuando el presentador ha tenido que leer una
sentencia condenatoria. Ellos jamás sabrán de ese tipo de sentencias, porque al
menos los medios de comunicación se identifican en sus fechorías, un ser
supositorio no; porque el ser supositorio lanza al mundo sus suposiciones y
cuando éstas empiezan a rodar y llegan al protagonista la suposición en cuestión,
ya no hay modo de saber quien la echó a rodar en un inicio.
Un supositorio
no es necesariamente un mentiroso, no es un calumniador ni un injuriador, y
tampoco ha de tener necesariamente mala fe al generar sus suposiciones. Es
alguien que sencillamente cree disfrutar de una buena conversación en la que quiere
un poco de protagonismo.
El
supositorio no es normalmente el que comienza a poner a alguien en el
disparadero. En una conversación sobre Doña Gumersinda, el supositorio sólo
añade datos de sus suposiciones a la historia. Si se dice que Doña Gumersinda es
una cincuentona separada que se vino a trabajar para estar al lado de su
amante. El supositorio añadirá algún dato cierto y lo relacionará con otro para
dar fuerza a su hipótesis. Por ejemplo: El supositorio añade a la conversación
que nunca ha visto más que una vez al novio de Doña Gumersinda, que sería idóneo
que el novio viniera de vez en cuando porque el casero de Doña Gumersinda no
quiere alquilar a solteros. Éstos únicos hechos llevan al supositorio a lanzar
su suposición:
“¿Os
acordáis de aquel chico gallego que empezó a enamorar a una por internet y se
divorció de su mujer y pidió un traslado a su empresa a Ceuta, donde vivía su
cibernovia? Que luego la tía le dijo que qué hacía allí, que una cosa era
tratarse por internet y otra que se presentara así por las buenas. Ése.” El supositorio
toma resuello: “Pues yo creo que... a Doña Gumersinda le ha pasado lo mismo, ha
deshecho su matrimonio, se ha venido aquí, y ahora el novio no quiere saber
nada de ella.” El supositorio queda conforme, los demás se le quedan mirando. Y
al poco tiempo el propio supositorio oye su suposición, pero sin “Pues yo creo
que...”, sólo oye sus palabras, para nada textuales, y para él eso es la
confirmación de que sus suposiciones son realidades, con lo cual se dedica a
repetir con más ahínco su hallazgo. Mientras tanto, Doña Gumersinda ve con la
frecuencia que su trabajo le permite a su novio que está en el hospital desde
hace varios meses.
Ser
justo en la vida hablando es un propósito que nadie se hace. Cuando se toma la
vida de alguien en una conversación todos cuentan con que esa persona no se
enterará, o que si se entera, los más retorcidos, piensan, que esa persona no
tendrá narices de recriminar las habladurías de las que ha sido objeto.
Total,
por un momento de contacto humano a través de una conversación atentatoria
contra la intimidad y la imagen de cualquiera, bien vale el sacrificio. Pero todos
estamos en el mundo, y todos somos potenciales protagonistas de conversaciones
de este tipo. TE PUEDE PASAR A TI.