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miércoles, 21 de abril de 2010

Esteban y Sara (no indicado para menores y adultos de ciertas sensibilidades)

Ya habían llegado los silencios muertos. No había nada más interesante que decir. Sara decidió que era hora de tomar el aire y fumarse un cigarrillo. Todos la conocían, tanto así que nadie preguntó cuando se levantó y salió del bar. Tomó la bocacalle que había casi enfrente de la puerta del establecimiento y se apoyó en la pared húmeda y secular a su espalda. Mientras sacaba todo lo necesario para encender el pitillo vio por el rabillo del ojo izquierdo como alguien más salía. No lo reconoció, el bar estaba atestado cuando entraron así que la mirada de reconocimiento habitual fue poco eficiente. Se preguntaba cómo pudo haber pasado por alto por muy tapado que estuviera a semejante ejemplar humano. Mientras se sumía en estas cavilaciones y sin perderlo de vista el hombre corpulento de estatura media se aproximó a ella con una infinita sonrisa pícara en los labios de un rosa que delataba su tierna edad. No pasaría de los veinticinco. Con una mirada cínica expresa para no dejar traslucir su inquietud Sara lo miró de frente aún sin tener claro si se dirigía a ella como parecía. Esta vez no se equivocó. El hombre rubio a la luz de la farola con unos ojos brillantes que parecían claros se paró frente a ella.


-¿No quieres algo mejor?- le dijo a Sara sacando del bolsillo de su chaqueta vaquera un cigarro liado sin dejar de sonreír con el descaro que llevaba preparado desde que salió del bar. Sara resopló bajando la cabeza medio riéndose para a continuación levantar la cabeza y decirle:

-¿Es que me quieres desvirgar con eso? Si lo quisiera lo habría comprado ¿no crees?

-se quedó pensativa, calibrando si lo que le quería decir delataría su nerviosismo, pero lo dijo.

-¿Qué quieres en realidad? -el tipo se revolvió en sí mismo.

-Está claro ¿no?

-Está claro que si no puedo ser tu madre, sí podría ser tu tía. Y esta tía buscaba soledad y no buscaba porros.

-No te pongas así… porque me vas a gustar más.- ella rompió a reír con auténticas ganas. Hacía mucho que nadie se tomaba tanto interés por ella. Él continuó -estaba sentado a tu espalda y no he podido dejar de escucharte. Me has gustado sin saber cómo eras y he salido tras de ti al sentir que te levantabas. Me gustaría seguir conociéndote.

Ella se quedó perpleja, alguien que deseaba estar con ella físicos al margen. Pensó que si era un truco seguramente ya lo emplearon con ella aunque no lo recordara con exactitud, pero aquellos ojos, aquella sonrisa le invitaban a confiar aunque perdiera todo en el intento. Además hacía mucho que no echaba un polvo, y más hacía desde que lo hiciera con un tipo tan osado y encantador. Él empezó a impacientarse, en parte porque tenía frío. Ella le pasó un brazo por encima y le tranquilizó:

-Voy a despedirme y a por mis cosas. No tardaré. ¿Y tu gente?

-Mi gente ya no me espera -en ese momento salían varios chicos mirándolo y riéndose poniendo el pulgar hacia arriba. Alguna de las chicas taladró a Sara con una mirada asesina. Sara saludó con la mano y luego puso el pulgar hacia arriba siguiendo la broma, mientras andaba hacia el bar seguida por Esteban dos pasos atrás mientras hacía el gesto de acariciar con sus manos el trasero de Sara.

Entre copa y copa fueron cruzándose la información necesaria para evitar el “oye” o el “eh, tú”. En uno de los bares del trayecto de su mutuo conocimiento Sara explotó:

-No sé tú, pero yo no puedo aguantar más. Vamos al baño.

Bajaron las escaleras, ella con cierta premura. Pese a las miradas de las tías que allí había se metieron en una de las cabinas. Cuando ella le miró él estaba sobrecogido por la sorpresa.

-Pensé que la urgencia era …- Sara tapó su enorme boca con la suya e inmediatamente él la siguió. Sara se embriagó con el perfume de él. Sintió que se volvía loca. A pesar de lo que él pensase ella lo atrajo hacia sí con todas sus fuerzas. Él para no ser menos la rodeó con sus brazos, ella sintió su erección y se asustó, parando el ritmo. Él lo aprovechó para meterle los brazos por debajo del jersey, dando fe el tacto de sus manos del tamaño que creyó adivinar al verla en el reflejo de la cristalera del bar, solo quedaba verlos, olerlos, saborearlos, fantaseaba Esteban mientras pasaba los pulgares por los pezones, sin apartar la vista del escote, le alzó el sujetador cogiéndolo por él elástico. Sara estaba retorciéndose entre el gusto y la impaciencia, no quería estar más allí, necesitaba su cama. El olor le estropeaba todo. Se estaba empezando a arrepentir de haber bajado allí. Pero en algún sitio tenía que ser la primera toma de contacto, pensaba justificándose a si misma.

-Vamos a un hotel -le susurró al oído para a continuación pasar su lengua caliente por la oreja dejando un rastro de saliva. Ella buscó su boca y devorándosela bajó mientras tanto la mano a su bragueta. Él adivinando la intención se desabrochó cinturón y pantalón. “No lleva calzoncillos” se asombró Sara. Eso la encendió más y tras observar el miembro decidió que aquello merecía la proeza que nunca se atrevió a hacer. Le miró a los ojos mientras acariciaba su pene, lo besó suavemente, pero haciendo saliva con la lengua y a continuación se agachó para introducirse a continuación el pene en su boca. Esteban no podía creerlo, era la primera vez que no tenía que rogar por esto y menos en la primera noche. Esteban sentía como si le hubiera tocado la lotería, para a continuación preocuparse por si ella se daba cuenta de lo muy contento que estaba. Decidió dejarse de chorradas y entregarse al placer que ella le daba, miró su nuca y le dio un poco de miedo tocarla. Se inclinó por simplemente acariciarla. Sara notó su miedo, le cogió las manos a él y se las puso alrededor de su cabeza. Él entendió y empezó a guiarla. Tan maravillado estaba que no pudo evitar llorar de placer. A él no le habían contado que esto podía pasar. Una oleada de placer inigualable le inundó el cuerpo y estalló en un orgasmo que dio paso a la eyaculación. Él iba a retirarse, pero ella no le dejó. un minuto después él la levantó y la besó, la mirada de ella le encendió de nuevo, pero su cuerpo todavía no le seguía. La ayudó a recomponerse. Le colocó el pelo con cuidado y procedió a ocuparse de su propia vestimenta. Al tomar el pomo de la puerta Sara se frenó, se puso roja como una chiquilla, se volvió a mirarle a él que también estaba rojo. Ella se rió complacida, le tendió la mano y él se la apretó fuerte. Sara se irguió todo lo que pudo y abrió. Ufff… no había nadie a la vista. Mirando el reflejo de los dos en el espejo se rieron. Esteban tiró de ella y empezaron a subir los escalones del bar. Siguiendo el impulso Esteban tiró de Sara hacia la calle. Acababan de irse sin pagar.

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