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lunes, 30 de agosto de 2010

Amistades perras III

La amiga fétida

Hay amistades que surgen, pero ciertas peculiaridades hacen imposible su buen funcionamiento.

Una persona te puede caer muy bien, pero una característica suya perturba de tal modo que al final te acaba cayendo mal.

En la adolescencia es aún más difícil si ya lo es en la madurez decirle a un impúber cosas como “Súbete la bragueta”, “Depílate el bigote”, “Te huele demasiado el aliento” o “Se te nota la compresa”. Por tus propios miedos crees que vas a herir a esa persona, que se va a acomplejar, que incluso se pueda tirar desde el viaducto más cercano o que se ahorcará en los baños del instituto con los cordones de las zapatillas que su mamá le ha comprado en Los Guerrilleros. Es una visión tremendista, pero la adolescencia es un mundo aún más lleno de miedos que la infancia, donde nada se teme por que todo se ignora.

Una niña puede ser agraciada, tener un pelo sedoso, largo, ligeramente rizado en las puntas y rubia natural. Tener claros los ojos de un brillo cristalino y acuoso. Tener un físico si no agraciado al menos pasable. Pero tener una nariz que puede provocarle la muerte del loro, de esas que en la curvatura casi se adivina el color del hueso de lo tirante que tiene la piel. Todo esto agrada o no a la vista, pero con no mirar lo que incomode basta. Pero si se sienta a tu lado, y además es parlanchina hay un defecto insoslayable: el mal aliento. ¿Cómo le dices a una niñata que le canta el pozo de tal manera que parece que algo muerto debe tener dentro? Cuando te rindes ante la idea de no decirle nada por temor a causar los daños enumerados te empiezas a preguntar si ella misma puede aguantarse su propio olor. Si cuando acerca su mano a la cara cuando tose no percibe la fetidez que acompaña al aire expelido en la tos. Pero el mundo de los malos olores tiene algo mágico que es que sin saber por qué te acostumbras a ellos. Y el mundo sigue rodando. Hay cosas más difícil de sobrepasar en el comportamiento de esos que al ser compañeros se procuran deudas de amistad tratándote a menudo, haciéndote creer que eres algo más que un vecino de pupitre.

El contacto con la compañera fétida no se produjo hasta bien pasado el curso. Siendo repetidora y sentándote en la última fila a comienzo de curso cuando todo está lleno es difícil llamar la atención de nadie. Es lo más parecido a ser una apestada. Sólo otros repetidores como tú o adultos buscando aprobar su asignatura pendiente se acercan tímidamente a ti. O desesperadas que trabajan e intentan estudiar a la vez te piden los apuntes. De ese modo llegué a tener contacto todo lo que el trabajo le permitía con la que resultó ser vecina de la amiga fétida. La peña que es muy observadora, en especial la fétida acabó hablando conmigo entre clase y clase y me informó de su relación de vecindad con la peticionaria de mis apuntes, ésta sucumbió al trabajo y abandonó el curso, otros al desaliento y la clase acabó pareciendo más grande de lo vacía que estaba. Ya estábamos en el segundo trimestre, ya había habido notas y la repetidora no había desaprovechado el tiempo, cosa que ya habían advertido varios. Fétida tomó nota y acabó por sentarse con la repetidora. A la enemiga del elixir bucal parecía no preocuparle atender a las lecciones del profesor y no se cohibía a la hora de parlotear sin parar. La repetidora en su preocupación por no malgastar otro año de su vida le pidió que hablaran mediante notas. En una clase llegó a rellenar un folio entero de estupideces.

La repetidora había incorporado a su lista de contactos a una chica que se sentaba en las últimas filas con los chicos, más bien los chicos se sentaban con ella asediándola con sus continúas rogativas para salir con ella. La repetidora con el tiempo se enteró que en el curso anterior la niña mona y la fétida iban a la misma clase y la repetidora sólo encontró una explicación a que fétida no fuera amiga o más compañera de la niña mona: era mona y asediada por los chicos. Al final fétida, mona y repetidora llegaron a ir a cenar con otros compañeros por navidad.

En los exámenes finales de curso fétida hizo en el de matemáticas uno de sus números por el que un cierto docente dio en llamarle “MariNervios”, y es que al parecer cuando no aprobaba una asignatura sus padres iban a hablar con el profesor correspondiente a dar noticia de unas ciertas dificultades que tenía su vástaga para estudiar por sus nervios. Al final del examen cuando ya no había nadie la profesora de matemáticas se quedó a solas con la fétida marinervios y al poco supimos que había aprobado matemáticas con un 6 a la primera, sin recuperación ni nada, cuando siempre suspendía. Y es que claro, a la profesora había que comprenderla por un cierto padecimiento que tenía, ya que debido a él se solidarizaba con ciertas dificultades ajenas. Vamos un verdadero chantaje emocional, quién tuviera unos padres así, cuántos cates nos hubiéramos ahorrado y repeticiones de curso. Por no hablar de la capacidad dramática para dar botes en el asiento, escribir garabatos a toda velocidad, ponerse tiesa, abrir mucho los ojos mirando a uno y otro lado y tener la cara enrojecida mientras tiraba el boli en la mesa lo vuelves a recoger varias veces, etc. Todo un número.

A la fuente de tan distinguidos olores le dio por pensar que sería bueno invitar a la repetidora a su casa a hacer las traducciones de latín que mandaba el profesor. Para entonces las matemáticas eran tema superado ya que no eran obligatorias en ese curso. Pero en clase no se sabía.

Por sabe Dios qué, la olorosa amiga se empeñó en que la repetidora tenía que traducir para las dos, pero en casa de la repetidora, pese a ser advertida de que la casa no tenía comodidades para tal tarea “conjunta” ella se empeñó, por supuesto no volvió.

Un imprevisible obstáculo impidió que en el último curso se afianzaran más esos lazos. La repetidora que ya no lo era de esos cursos, tenía overbooking de citas para quedar a estudiar, a hacer trabajos de esto o de aquello, además la repetidora se echó novio, en parte gracias a la amiga fétida que al parecer estaba enganchada a la crónica de los amores imposibles de la repetidora y que contaba a sus amigas con las que salía los fines de semana y a sus hermanas. Un día de noviembre por empeño de su curiosidad acompañó a la repetidora a ver a su amor imposible y gracias a aquella visita el noviazgo acabó produciéndose. La repetidora le invitó a la boda de la que hizo una crítica basada en el pecado de no llevar corbata y otras cosas de las que se despacharía a gusto tomando el café al que fue invitada junto con otros asistentes a la boda por una compañera no invitada (la señorita del coche hasta los topes).

Capítulo aparte merece la del discreto olor bucal que podía montarte un buen pollo durante horas por decir que había quedado con unos chicos con los que se carteaba (entonces no se había popularizado Internet), pero no dudó en contar que en el viaje que hicieron a una capital europea la niña mona, otro compañero y ella, ésta había descubierto que los dos primeros se acostaban y que por ello tuvo que cambiarse de habitación.

Otro de los rasgos de la del discreto olor era que no llevaba bien que la repetidora se maquillara todos los días –dicho en voz alta al alcance de la repetidora: “qué dejarán para el fin de semana”, la repetidora no tenía fines de semana-, ella lo hacía el fin de semana y una admiradora suya no dudaba en alabarla ante la repetidora en una actitud propia de una enamorada que ensalzaba su pelo suelto –entre semana lo llevaba siempre recogido mojigatamente- y lo bien que se maquillaba, varios lunes a la salida de clase fue obsequiada con estas descripciones propias de un afectado por el Síndrome de Stendhal.

Tras casarse la repetidora e irse a la “uni”, la amiga del maquillaje de fin de semana SOLAMENTE, repitió COU, tras un par de visitas sólo hubo silencio. Una vez la repetidora preguntó a la niña mona qué pasaba y la repuesta no pudo dejar más perpleja a la repetidora. Ofendida e injuriada la repetidora sólo vio a fétida en compañía –AL FIN- de un chico con gafas a través del escaparate de una tienda de calzado. Fétida tras advertir la presencia de la repetidora bajó la cabeza y empezó a enrojecer. Nunca más se supo.

Nota: Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

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