Ser un director consagrado no
da patente de corso a todas sus películas para que éstas sean consideradas
obras de arte por ensalmo.
Reconociendo que el guión, los
Flash Back, son siempre un logro. Superponer dos historias que son una complemento
de la otra es jugársela a que el espectador se impaciente y pase de la
película. El do sostenido de conseguir intrigar al espectador es una labor
ingente que ya ensayó en La Mala Educación, donde la filigrana era harto
difícil, e igualmente se arriesgaba. Porque en un inicio las dos historias,
aunque a priori el espectador ducho ya sabe que tienen que ver, tienen que
interesar por separado. Y en Los abrazos rotos hay un punto en que ese interés
puede decrecer, pero ahí está la labor de una buenísima actriz, para sugerir la
intriga, sin palabras, sólo con gestos y tono de voz, con eso basta para
encender la chispa de la conexión que se establece entre una historia y su
espectador. Blanca Portillo lo borda, y lejos de ser una secundaria de
categoría se convierte en la protagonista, lo que consigue en el último tramo
de la película. Todo el tiempo sabes que Portillo oculta un secreto a causa de
la historia de Arthur Miller en la que Mateo/Harry pretende basar uno de sus
guiones. Una historia que a mi parecer debió ser sugerida y no contada, porque
prácticamente está desvelando todo, pero Almodóvar corre el riesgo, para él ésa
no es la historia importante. Aunque intenta resaltar la pérdida como artista y
como amante de Mateo/Harry, Judit se impone, como la Señora Danvers acaba
siendo más protagonista que la segunda señora de Winter e incluso la primera.
Judit (Blanca Portillo) acaba acaparando la atención de toda la historia. Todas
las miradas curiosas están en torno a ella –eso, si te sucede como espectador,
aquí se habla de una percepción personal de la película-.
Los
Abrazos Rotos, sin ser una obra cumbre de Almodóvar, es un entretenimiento para
los muy fans a quienes no les habrán pasado desapercibidos los autohomenajes
encerrados en el film. “Chicas y maletas”, la última obra dirigida por
Mateo/Harry no es otra cosa que una recreación de “Mujeres al borde de
nervios”, pieza a la cual remito a quienes quieran hacer un revisionado de “Los
abrazos rotos” si no han apreciado esta semejanza. Primero ver “Mujeres...” y
después “Los abrazos rotos”, es un disfrute para quienes encuentren las claves.
Por supuesto no hay que hacer paralelismos con la realidad, o ¿quizá sí? Porque
sí intentas recordar si Lena (Penélope Cruz) tiene algo que ver con Carmen
Maura. Y si esa relación tan intensa con enfado incluido entre Pedro y Maura se
refleja de algún modo en “Los abrazos rotos”.
Un punto de la película
sumamente interesante, pero no suficientemente explotado en mi opinión, es la
ceguera de Mateo/Harry: cómo alguien que vive de y ama lo visual puede
readaptarse a un mundo sin imágenes. Cómo se sobrevive a perder el amor y tu
herramienta de trabajo a un tiempo. Quizá la historia más antigua hubiera
bastado por si sola para llenar la película, y que la historia más moderna
donde se desgranan todo lo que quedó oculto fuera un epílogo.
Lo demás son ingredientes
accesorios que enriquecen el argumento para que forme parte del universo
almodovariano al que nos tiene acostumbrados, historias entre lo berlanguiano y
lo folletinesco, pasando por escenas que tocan la cima estética: el hijo no
reconocido lazarillo, la mujer abnegada y enamorada que lo da todo ignorada, el
hijo del millonario émulo del personaje de Victoria Abril en “Kika”, los dedos
de Mateo/Harry desplazándose por las hojas en Braille, y crear situaciones como
la del niño que conoce la playa por primera vez, mientras su ignorante padre de
su mano conoce por primera vez la playa sin verla. Pero nunca se nos debe pasar
por alto lo más importante la denuncia social que supone toda la historia de
Lena. Como la mujer es objeto de explotación de múltiples maneras, como su
condición nunca elegida le hace ser acreedora de ciertos tratos en la sociedad
imperante. ES MUY DURO SER MUJER EN LOS 80, como decía Jessica Lange a Dorothy
Michaels en Tootsie, pero seguirá siendo duro en los 90, en los 2000 y
siguientes. Mientras haya hombres dispuestos a ofrecer a cambio de sexo y
mujeres acorraladas por las circunstancias a quienes no les quede más salida
que ofrecerse para salir de una tragedia, la mujer seguirá siendo ese 2º SEXO,
un ser supeditado a los hombres en todos los aspectos, porque si al menos todo
quedara circunscrito a un intercambio de favores mutuo, nada tendríamos que
objetar los demás si ese intercambio es libremente consentido, pero la absoluta
creencia de muchos hombres en que una mujer es algo que coger y dejar, pero que
ella no es libre para dejar o coger cuando quiera es algo en lo que debemos
trabajar todos. Hombres y mujeres debemos ser conscientes de hasta donde un
amor o enganche sexual justifica coartar la libertad del otro; o como sucede en
el caso de Mateo/Harry, tomar de una amante aquello que desea sin preocuparle
en qué lugar le deja, sin darle más amparo que el camerino o despacho donde
clandestinamente tienen sus encuentros.
A lo mejor sin pretenderlo, la
película dentro de la película, lo sucedido con ella –no quiero desvelarlo- es
un grandísimo homenaje a los montadores, personajes no suficientemente
valorados en el engranaje de la industria, gente con el talento de cortar y
pegar justo en el momento y lugar adecuados, de ordenar historias imposibles
como es el caso, con una cierta lógica que el espectador pueda asumir, o
incluso de prever que faltan escenas y que hay que rodarlas. Los casos en las
que un buen montaje ha salvado una mala película y a la inversa se recogen en
los epítomes de Historia del Cine. Y con el trasunto de la película “Chicas y
maletas” podemos ver si Penélope Cruz es actriz o no, como alguien tan atacada
en su talento puede interpretarse sin talento en tomas, y con mucho talento en
otras ayudada por Carmen Machi ejerciendo de una parodia de Candela,
comprometida esta vez por narcos en lugar de terroristas chiítas.
Lo que más se agradece siendo
incondicional de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” es el rescate en
pequeños papeles de las que allí fueran actrices. Chus Lampreave haciendo de
nuevo de portera, Rossi de Palma haciendo el personaje que encarnara en su día
Julieta Serrano.
Aunque breve, destacar la
presencia de Ángela Molina, una presencia impresionante, una mujer que
representa la edad que tiene o más, que no ha cedido a la apisonadora estética
de nuestros tiempos en forma de quirófano y que sigue atrapando la cámara como
hiciera en sus inicios con su voz rota y tragada. Un homenaje a su tierra creo
que es lo que hace a través de esta mujer, y encarnando a tantas mujeres que se
ven con enfermos a los que apenas pueden atender por la insuficiencia de
recursos debida a múltiples causas.
Si nunca has visto una película
de Almodóvar no te recomiendo que empieces por aquí. Para ver Los abrazos
rotos, necesitas toda la filmografía anterior.