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miércoles, 28 de abril de 2010

ISOLINA 01

Llevaban en el campamento pocos días. Ya se habían hecho al lugar, estaban tranquilos, pero no debían bajar la guardia.


La situación era relativamente cómoda, había de todo, incluso agua y no había sido difícil llegar hasta allí. Estaban en periodo de letargo, sólo hasta el momento de que alguien se volviera a acordar de ellos para otra actuación.

Esta vez tenían más necesidades de las acostumbradas y por ello esperaban visita:

-Trabajar con mujeres trae estos problemas ¿por qué no te pusiste un candado en la bragueta?

-¡Déjame en paz! No tendríamos que esperar a nadie si hubieséis aceptado mi propuesta.

-Tu propuesta… ¿Crees que puedes echar marcha atrás? Es más, por un polvo no irás a creer que eres libre.

-¿No te das cuenta de que ella puede morir?

-Es de confianza. A la Berna le hizo el mismo favor.

-¿A cuánto dista el hospital más cercano? Es absurdo, ni siquierea tendríamos que plantear lo del hospital. Mi propuesta es sensata. No es una rajada. No me importa que mueran los otros, pero ¿Estás seguro que tú también lo cometiste?

El hombre aludido se levantó iracundo y esperaba que el otro le imitara, en cambio el sentado lo cogió del brazo y lo volvió a sentar, no le costó mucho, pues el que estaba dominado por la ira no tenía una gran envergadura:

-Aún no nos han identificado, si no nos vio nadie te garantizao que al menor problema vamos al hospital.

-¿Cómo? Ya no tenemos coche. Hemos venido hasta aquí andando. Si pasa algo cuando lleguemos se habrá desangrado- intentaba ser lo más convincente posible dentro de su enojo difícil de contener.

-¡Cuánto sabes de esto Magno! Se ve que no es la primera vez que la metes donde no debes- se sonrió con la boca y los ojos llenos de cinismo y sarcasmo.

-¡Calla, hijo de puta! ¡¿Cómo te crees que murió mi madre?! –respondió con todo el dolor aún en las cuerdas vocales, lanzando cada palabra como si fuera un puñal del más duro de los aceros. Su compañero no pudo más que percibir que había cruzado un límite que desconocía, sin más remedio contestó:

-Lo siento, muchacho, no lo sabía. Pero con más razón podría reprocharte lo que has hecho.

-Tienes la sensibilidad de un calcetín –expetó rindiéndose ante la evidencia de que no podía cambiar nada dijera lo que dijera.

Magno se levantó y dejó a su compañero con sus negros pensamientos, éste movía la cabeza de un lado para otro desaprobando la actitud de su compañero, pero llenándose de ira al pensar en Isolina, que les había metido en aquel atolladero. A él no le hubiera pasado. Él sabía dónde tenía que hacer las cosas y cómo. Magno era un sentimental lamentable, pensó sentenciando para sí mismo. Era un tipo eficaz, imaginativo y entusiasta, pero todos tenemos un lado oculto y éste era el de magno. Era un sentimental. A pesar de todo estaba a gusto con él, pero presentía que esa sociedad se iba a disolver. De rabia dio un pisotón con todas sus fuerzas en el suelo:

-¡Pequeña zorra!

-¿Hablando solo? –una voz femenina interrumpió sus pensamientos, la propietaria se puso ante él con toda su compacta y menuda figura. Vestía con ropas normales y portaba una cesta tapada con un pañuelo.

Santi, asustado se incorporó y al ponerse de pie observó los pequeños ojos azules que le miraban. Una nariz chata y bien formada servían de pilar para aquellas dos lágrimas que parecían contener el color de dos océanos, bajo ella una boca rosada, pero a punto de arrugarse en un gesto de disgusto. Santi le calculó unos cincuenta años, pero las canas aparecían cubiertas por el manto negro de crespo pelo que le enmarcaba la cara. Los movimientos de la recién llegada eran parsimoniosos, con uno de ellos dejó el cesto que portaba en el suelo.

-¡Vaya Capitán Intrépido! ¿Te he asustado?

-De las apariciones sí que me asusto.

-Bruja, llámame bruja, es más corto.

-¿Por dónde has venido?

-Por los aires –le espetó.

-¿Y tú escoba? –siguió con la broma.

-Es invisible –le dijo bajito hablándole al oído. La mujeruca olía a hierbas y eso le aumentó la impresión de que seguía hablando con una bruja en lugar de con una enfermera profesional.

-¿Tenéis de todo? –preguntó la enfermera.

-Sí –pensó que se refería a los medicamentos.

-Pues dame agua –él le alcanzó al instante una cantimplora -¿es primeriza?

-Pues creo que sí.

-Entonces esto será algo largo –sentenció con una sombra de preocupación envolviéndole el rostro como un velo negro.

-¿Es que no le vas a drogar? –preguntó Santi con cierta sorpresa e indignación.

-Sí, hombre, y se me va de las manos. Tú, a lo tuyo –remató su frase con un gesto rápido y enérgico de su mano.

-Tampoco sería el primero –dijo Santi con media sonrisa. La mujer se impacientó:

-No tienes entrañas. Me voy. ¿Dónde están?

-Yo no las tengo porque si no me las sacarías con tus pinzas y tus tijeras.

Ella sin terminar de escucharle la broma se fue dejándole riendo su propia ocurrencia.

La mujer se introdujo en la fábrica, empezó a dara vuelta a todo el patio hasta que el aire puso a sus pies un mechón de cabello. Provenía de uan de las puertas. Se acercó. Subió los peldaños como acostumbraba y se apoyó en el marco de la puerta. Dos jóvenes semidesnudos se hallaban dentro un joven le cortaba el pelo a una chica. Él tenía signos de haber pasado ya por la tijera. Con destreza lle estaba dejando a la chica una media melena, saltaba a la vista que lo había hecho otras veces. La escena era bella.

“¿Cómo pueden sembrar tantan monstruosidad?”, se preguntó para si la mujer.

-Hay que ver que no dejáis crecer nada a vuestro paso –la inesperada voz hizo dar un respingo a Magno que le hizo dejar caer las tijeras que fueron a caer de punta sobre su pie, la mujer corrió rápido y las recogió del suelo donde habían quedado abiertas con una de sus puntas manchadas de la sangre. La cerró inmediatamente.

-¡Qué pasa aquí! –gritó más que preguntó.

-Puede darse la vuelta por donde ha venido -dijo Isolina a la vociferante mujer. Ésta sin responder señaló el pie herido de Magno y le ordenó:

-Lávate. Espero que antes de ser un prófugo te diera tiempo a vacunarte del tétanos.

Magno obedeció de forma mecánica y se acercó a la garrafa cortada por la mitad que hacía las veces de palangana.

La mujer aún con las tijeras en la mano se entretuvo en limpiar la punta con un pico de su chaqueta. Con decisión puso su mano libre, la izquierda en le hombro de la chica, la giró hacia si con inusitada fuerza y le igualó el mechón que le quedaba sin rematar. El trozo de pelo resbaló lentamente por la nalga desnuda de la chica y aterrizó juanto al resto en el suelo.

-Vístete. Yo no curo catarros. Tenemos que hablar.

Magno terminó de lavarse la herida que le empezó a doler. Se echó un poco de aguardiente de lo que allí tenían. Le escoció muchísimo. Sólo esperaba que el remedio no fuera peor que la enfermedad. No olía mal. Se echó un trago aunque su estómago no se lo agradeciera. La garganta se le incendió al paso del líquido, pero sintió alivio mientras la flama espirituosa seguía camino por su esófago. El momento de la verdad estaba a punto de llegar.

Mientras Isolina se vestía la mujer no paraba de atravesarle con su mirada intentando descifrar los engranajes de esa vida para que ahora se la encontrase allí.

-¿Quieres hacerlo de verdad? –le preguntó la mujer.

-¿A alguien le importa que yo no quiera? –respondió en tono impertinente la joven.

-A ti te debería importar.

-¿Qué más da un bastardo menos en el mundo? –siguió en tono irónico Isolina.

-Tú no eres como ellos –le aseguró la mujer mayor.

-¿Quién dice que no? –siguió en el mismo tono la joven.

-Mira, no tengo todo el día. Sé que algo no marcha bien y además creo que es porque no se te nota convencida.

-No, no lo estoy –contestó Isolina bajando la guardia.

-¿De quién es, del peluquero? –intentó indagar la mujer.

-No, pero como si lo fuera –respondió Isolina con cierto orgullo.

-¿Y él quiere entonces que lo hagas? –preguntó la mujer con extrañeza.

-Él no manda –su mirada se dirigió hacia donde estaba Santi.

-Espera, espera… ¿es de él? –terminó preguntando la mujer pequeña sin apenas poder contener la sorpresa.

En la mirada de Isolina apareció una mirada de terror totalmente inesperada para la mujer que no comprendía nada, pero un idea fugaz atravesó su cerebro y todo se le confirmó:

-Ya veo. ¿Él lo sabe? Creo que temes más que él no quiera que abortes. No te preocupes no es un hombre de compromisos, pero debes decírselo, al menos que no quieres abortar.

-No sé si quiero. Yo no quiero matar. Yo no soy como ellos ¿ha averiguado eso también? Me usan. Soy su tapadera. Me dejo llevar –hizo una pausa y prosiguió terminando de confiarse a la mujer –Magno me ha dicho que puedo morir, eso es lo de menos, pero a lo pero me quedo estéril. Sé que es contradictorio, pero no lo doy todo por perdYido, porque si fuera así hace tiempo que me hubiera quitado de en medio. Puede que sea tonta al pensarlo, pero en medio de toda esta pesadilla aún creo que tengo una oportunidad de mejorar mi vida.

-Magno tiene razón. No suelo tener problemas, pero eso no es garantía de que no pase algo y hoy tengo la corazonada negra de que algo pasará –confesó la mujer en voz baja.

-Ya, las tijeras –dijo entre pensativa y divertida -¿es bruja, usted, o enfermera?

-Una cosa me llevó a la otra –concedió la bruja -¿qué es lo que puede llevar a alguien como tú a querer conservar una criatura engendrada por la mala bestia de Santi?

-A lo mejor esa mala bestia hubiera sido de otro modo si las circunstancias hubiesen sido otras en su vida –la bruja, al oir de esto no pudo contener su asombro.

-Tal vez. Veo que le tuviste simpatía. ¿Le quieres? –preguntó a Isolina con una mirada de horror.

-No. No sé. Le veía como un padre, o quizá para ser más exactas como un guía un mentor. Me ayudó, me sentía protegida y en cierto modo hasta querida. Pero cuando se le pasó la novedad me trató como un saco de patatas. Me usaba cuando lo necesitaba, y en eso terminó quedando todo.

-Me sorprende que alguien perciba algo bueno de ese sujeto. ¿Sabes lo que ha llegado a hacer? –preguntó acusando más que informando.

-Usted también sabe y sin embargo acude cada vez que él la llama –devolvió la acusación.

-Has jugado con los dos, esto no puede acabar bien. ¡Vete! Sé bien lo que te digo, vete.

-Déjeme en paz –resopló Isolina demostrando con todas sus fuerzas que la conversación le estaba incomodando –yo no he jugado. Magno me quiere, me ayuda y el otro no sabe ni que se acostó conmigo, estaba borracho, no pude quitármelo de encima. Magno no estaba y no pudo ayudarme, quizá por eso se siente responsable.

-Llevan juntos mucho tiempo, ya no se llevan bien, es una relación gastada, ahora se echan en cara todo lo que antes se aguantaban y esto puede ser la gota que colme el vaso, y a ti te va a pillar por medio. Aún no has hecho nada tan grave como para que te agarren junto a ellos –de un modo desesperado e implorante a un tiempo le rogó:

-VETE.

-No puedo. Ya estoy marcada. Toda mi vida tendré a unos u otros haciéndome echar la vista atrás –dijo descorazonada Isolina.

-Eso era antes, ya no son tan fuertes. Están muy desorganizados. Son un puñado de fanáticos rivalizando entre sí. Esto no es una guerra y no ganarán nada.

La mujer se frenó, hizo una pausa para tomar aire, sin querer, pensaba que se había empeñado en mostrarle una salida a Isolina como si con ello ella también la encontrara.

Isolina movía llos ojos como queriendo encontrar la solución a ese enigma que era ella misma, pero el vacío de la cochambre de esas paredes, no le devolvía nada. La bruja le señaló el vientre:

-Si quieres tener ese hijo a pesar de ser quien es su padre ess que aún tienes la inocencia de quienes creen que este mundo tiene arreglo. Si te decides te puedo ayudar –de la cara de la bruja había desaparecido la maliciosa resignación a la que su secreto oficio le había acostrumbrado.

Un ruido hizo girar a ambas para descubrir que Magno lo producía al alejarse de donde estaban porque lo había estado escuchando todo.

Se acercó a Santi, encarándosele. Éste, sentado, levantó sus ojos hacia los suyos para clavar esos brillos llenos de maldad:

-¿Y ahora qué? ¿Ya está hecho? Relévame.

-Quieto. Tienes que saber algo –intentó retenerlo allí con sus palabras.

-Cojonudo, esa tía es un saco de problemas –creyó adivinar Santi, que con lo dicho por Magno nada había salido según lo planeado por él.

-No lo va a hacer. Y tú eres el padre –dijo sin rodeos Magno, quizá para no arriesgarse a ser interrumpido. Santi, resopló y se sonrió:

-Lo que faltaba, endosándome bastardos a mí. Si no se lo arranca la bruja lo haré yo -se fue a levantar con todo el impulso pero Magno con todas sus fuerzas lo aplastá para que siguiera sentado en los escalones donde lo hacía.

-¿No recuerdas la noche en que nos cargamos al medallitas? Para estar seguro de algo hay que saber lo que uno hace en cada momento. ¿Qué hiciste aquella noche? –preguntó con la voz cargada de acusación y de razón a un tiempo.

-Lo mismo de siempre. Celebrarlo –soltó con una risilla.

-Como siempre no. Isolina estaba con nosotros ya, hace dos meses y se quedó a solas contigo –una mirada de contrariedad cruzó sus ojos que perdieron su frialdad por un instante.

-No –negó como por costumbre, pero algo le seguía haciendo pensar, como si a su mente acudieran en torrente los recuerdos que Magno invocaba. Su cabeza negaba mientras sus ojos ensimismados parecieran contemplar las escenas que en su mente se antojaban increíbles por creerlas fruto de su imaginación calenturienta. Eran, no obstante, demasiado reales, la memoria del tacto las perfilaba de un modo rotundo. Un recuerdo más aguijoneó su corazón. La cara de asco y el rechazo de Isolina. Sus palabras empezaron a golpear con su eco sus oidos:

-Odio a los borrachos, déjame –era innegable, no era una pesadilla. De repente surgió de la vorágine de su memoria:

-¿Dónde está? ¿No se habrá ido? –preguntó exigiendo.

-¿Ya recuerdas? –hizo la pregunta en tono sardónico.

-¿Y tú? ¿Cómo estás tan seguro de que no es tuyo? –intentó defenderse atacando.

-Yo no la he tocado –aseguró casi con pena –si fuera mío no hubiera esperado a que se decidiera a nada. No estaríamos aquí.

-Tienes alma de traidor. Ya lo sabía –intentó herir.

(Continuará)

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