Translate

martes, 11 de mayo de 2010

Isolina 02

Magno no esperó a su respuesta, se alejó y se puso a andar alrededor de la fábrica abandonada que les daba cobijo. Era un complejo que en su día debió albergar oficinas y diversas factorías. De todo aquello sólo quedaba entre los caminos que separaban a los edificios unos de otros un polvo negruzco que se adhería a los bajos de los pantalones. Los destartalados tejados no invitaban a guarecerse, pero algunos se mantenía lo bastante como para refugiarse allí, donde nadie iba hacía décadas. Al pasar por uno de aquellos edificios donde dormían vio a Isolina. Ella recogía sus pertenencias. Corrió de inmediato hacia allí.


-¿Te vas? –dijo aún en el quicio de la puerta -¿sin mí? –ella asintió silenciosa. La matrona estaba en un rincón oscuro como agazapada y él la vio por el rabillo del ojo –Te ha convencido. Me alegro. Déjame que me vaya contigo. –dijo absolutamente ansioso temiendo que le dejara allí sin más compañía que aquel ser que en ese momento más odiaba en el mundo, un mundo que carecía de norte para él, o más bien en el que había aparecido un norte inesperado que estaba a punto de desaparecer justo cuando lo había hallado. La vieja parecía leerle el pensamiento y sin moverse desde su rincón habló:

-Debe irse sola, tú sólo harías que le persiguiera la desgracia.

-Cállese. No la escuches –gimió desesperado.

-Es lo mejor para todos. Vámonos, señora –exclamó con voz firme, pero con un matiz de resignación.

-¿Te vas con él verdad? –dijo con cara de loco, ni él mismo se lo creía, pero en ese momento la quería herir por querer dejarle solo en el infierno de vida que él mismo se había fabricado.

-¡Cómo puedes decir eso! –se indignó más que preguntó mientras cogía sus bultos y salía al exterior. Intentó andar pausadamente, aunque lo que deseaba era correr. El pavimento estaba levantado y tropezó. Calló sobre su triste equipaje, apenas se incorporó para quedar rodillas, momento que Magno aprovechó para arrodillarse a su vez frente a ella.

-Me necesitas. Espérame. No tienes dinero. Será mucho más fácil si vamos juntos. Podríamos irnos a otro país –dijo en un tono suplicante, pero con toda la suavidad de la que era capaz.

-¡Con qué dinero! ¡De qué dinero hablas! –Magno escuchó, pero no se volvió a mirar a Santi, quien había proferido estas palabras. No advirtió lo que podría pasar. Y siguió de espaldas cuando un disparo le perforó la nuca. Isolina se vio salpicada y horrorizada se levantó. Santi se quedó con la vista fija en la oquedad que su disparo había producido. El cadáver de Magno se encontraba ahora sobre el equipaje de Isolina, como aferrado a él. Un ruido de chapoteo de agua le convulsionó haciéndole reaccionar. Con el cañón de la pistola semiagachado siguió el movimiento semicircular de la trayectoria que debió seguir Isolina huyendo del horror. “No es lo mismo vivir con asesinos que ver como asesinan”, pensaba la matrona, observando como Isolina se había arrancado su vestimenta y se lavaba la sangre como si la tuviera incrustada en la piel, así se restregaba con el agua de un bidón que en la misma puerta del edificio había que recogía el agua de lluvia que un añejo canalón vertía allí.

La matrona seguía en la penumbra. Hacía tiempo que no le pasaba el no saber qué hacer. Santi se acercó aún con la pistola en la mano. Con la locura pintada en su rostro encañonó con sus ojos a Isolina, ésta estaba como en shock obsesionada con retirar hasta la última célula de su piel que hubiera estado en contacto con aquella sangre, así no le vio. Se acercó a ella y al alcanzarla la rodeó con sus brazos quedando la pistola entre los pechos blancos de ella. Aquel contacto frío del metal le hizo respingar dentro del abrazo que se intensificó inmovilizándola, ella gritó al sentir la tremenda y desquiciada presión. Él en un amago de caricia intentó taparle la boca con su mano libre. Isolina se contorsionó.

-Tú tienes la culpa de todo –le susurró roncamente al oido, echándole un aliento que a ella le pareció que le abrasaba- pero no importa… -se interrumpió, al tenerla abrazada emergió el recuerdo de aquella noche entre los dos. La náusea invadió de nuevo a Isolina. Con un aplomo inusitado se desasió de él utilizando todas sus fuerzas desembarazándose de su asfixiante abrazo. Se apartó de él.

Santi volvió a darle alcance y ella en su intento de no dejarse resbaló por el agua que ella misma había derramado al lavarse la sangre. Él la volvió a coger y evitó con ello que se cayera. El olor a sangre lo invadía todo, incluso algunas moscas empezaban a rondar el cadáver que seguía en aquella postura sobre el equipaje.

-No me trates así, podemos arreglarlo. Tenías que habérmelo dicho, yo no sabía…-ella hacía gestos de dolor y de repulsa y no contestaba, sólo intentaba mostrarle con la mirada toda la repugnancia que sentía. Él no fue indiferente a esa energía que sus ojos le mostraban, con aquel torcido gesto de su boca, y la ira y el despecho lo llenaron- Tú decides, te quedas conmigo o con él –señaló el cuerpo sin vida con la pistola mientras sujetaba a Isolina con la otra mano, que era enorme.

-Apártate de mí –dijo Isolina armándose de un valor que no tenía. Él lejos de obedecerla la besó. Ella sintió como si una fiera le devorara y le robara el aliento. Oyó un golpe seco y un crujido después. Inmediatamente aquella boca áspera se apartó de ella para bramar como una bestia agonizante. La matrona le había golpeado el brazo con un hierro hasta el punto de casi arrancárselo. Sin dar tiempo a más soltó el hierro ante los ojos desorbitados de Isolina y arrancó la pistola aún incrustada en los dedos de la mano de Santi. Éste no paraba de retorcerse de dolor y no dejaba de mirar como de su brazo semiarrancado manaba un incesante río de sangre. Aún así la pistola seguía en sus manos enormes y al tratar de arrancársela con todas sus fuerzas el brazo descolgado acabó por desmembrarse. La sangre salió a borbotones y el gigante acabó por caer de rodillas frente a Isolina que inmóvil parecía presa de la catalepsia.

-Mátame –dijo el gigante con la poca voz que le quedaba en medio de su agonía. La matrona piadosamente obedeció y le descerrajó dos tiros. El cuerpo tras una convulsión se dejó caer.

La matrona dejó caer a la vez la pistola, y contemplando alarmada el estado de Isolina, cogió una garrafa de agua y se la vació en la cabeza. Algo la espabiló, pero no le limpió la nueva sangre de la que estaba manchado su cuerpo aún desnudo. La alejó lo que pudo de los cadáveres en busca de agua y en otro bidón que tenía agua limpia, también de lluvia la situó y la lavó. Pese a moverse, Isolina seguía ausente, con la mirada perdida. Era como una muñeca de trapo.

La matrona no sabía que hacer, y al ver los cuerpos recordó el alcohol con el que los habría curado de estar con vida. Fue a buscarlo y de paso retiró algunos bultos de los que se hallaban bajo el cuerpo de Magno.

Intentó reanimar a Isolina con el alcohol:

-Tienes que ayudarme –suplicaba la matrona ausente todo el aplomo con el que había aparecido ante Isolina. Isolina fue bebiendo, hasta sujetaba la botella por si misma. La matrona la vistió y a su vez se cambió su propia ropa, también manchada de sangre. El sol ya comenzaba a perder su brillo, quedaba poco para que anocheciera. Isolina lo advirtió y aquello pareció darle conciencia y le entraron las prisas de repente. Buscó a la matrona que se había ido junto a los cadáveres a los que había intentado poner juntos. Isolina corrió hacia ella y le señaló una tapa de hierro que en su día perteneció al alcantarillado. La destaparon entre las dos con gran dificultad. Y hasta allí arrastraron los cadáveres a los que previamente desvistieron. Unos gruñidos y chapoteos les confirmaron que eso era una gran idea, aún quedaban ratas habitando aquel lugar que darían cuenta en parte de lo que les iban a arrojar.

Con Magno casi no tuvieron que esforzarse, pero Santi casi les dejó sin fuerzas, y hasta se desesperaron llegando a pensar dejarlo tal y como estaba. Descansaron y sacando fuerzas de flaqueza lo introdujeron por la alcantarilla, por la cual casi no cabía. Isolina se quedó mirando dentro, aún quedaba luz para ver la cara de Magno. La matrona apremió con un gesto para que le ayudara a cerrar la alcantarilla.

-Hay que revisar todo lo que tenían –Isolina la miró sin entender-. Para buscar el dinero y quemar el resto de lo que llevaran.

La matrona se quedó junto a los bultos que Isolina iba a llevarse, y que habían servido de lecho mortuorio a Magno. Limpió la sangre que ya comenzaba a resecarse. Isolina entre tanto fue entrando en distintas dependencias donde quedaban las cosas de Santi, que dormía lejos de ellos. También recogió los cabellos cortados y todo lo amontonó en el centro de la calle que dividía las diversas dependencias de la fábrica.

Formaron un enorme montón que fue coronado con las pistolas descargadas ya que algunos papeles con listas de nombres querían echar a volar. Algunos papeles sirvieron para atizar el fuego. Cuando este ardió Isolina intentó alejarse y la matrona la detuvo:

-Hay que esperar a que todo quede en cenizas. Isolina obediente la siguió. La matrona como para animarla puso algo en sus manos.

-Son tres millones.

-Lo sé –dijo Isolina con un cierto asco.

-No lo rechaces, no estás en situación de hacer alardes de dignidad. Con esto puedes establecerte –la matrona cogió una parte del dinero- entenderás que tome una parte.

Si habían dormido lo ignoraban, pues si así había sido fue de pie. Se alejaron de allí como pudieron y se despidieron en el andén de la estación.

La brisa que arrancó el tren al partir apenas movió el cabello intensamente negro que reposaba sobre la matrona.



Epílogo
Alguien se preguntará porqué este trío se escondía. Da igual a lo que se dedicaran, lo que era seguro es que se escondían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La responsabilidad legal del contenido de los comentarios es única y exclusivamente de quien los redacte. Y para evitar que alguien sobrepase esta norma elemental se moderarán.