Hay personas expertas en jugar con dos, tres e infinitas barajas. Su vida es doblez por completo. No hay un sólo aspecto de su vida en el que no sea un traidor. Lo peor de esto es que en general el tipo caiga bien, como es el caso de mi espécimen objeto de descripción. Si pones cara de huérfano maltratado por la vida, sonríes y vas contando tu triste historia por doquier, da igual lo chivato que seas, lo infiel que seas, lo falso que seas, que la gente aún así te querrá. Y es de admirar, lo que a cualquier mortal nos serviría para condenarnos a la ira humana y divina por el resto de lo eones a ellos les sirve para hacerse perdonar y conseguir vidas para su siniestro juego de perversión. Porque alguien adicto a engañar, a hacer ver lo que no es, tiene que disfrutar con ello, y eso, por fuerza, ha de ser perverso en cualquier parte del mundo y en cualquier religión o código de conducta.
Si te tocara en suerte un amigo así al menos tienes la opción de evitarlo, mandarlo al garete, o elegir en qué aspectos de tu vida quieres aguantarlo a no ser que tus escrúpulos morales sean absolutamente inflexibles y hasta la mera presencia del individuo te provoque arcadas cuando recuerdas sus anécdotas. Como compañeros de juerga pueden ser hasta divertidos, si te cuenta sus trastadas con gracia y te paga alguna copa. Pero si te toca en “suerte” como compañero de trabajo, como novio/marido o como familia, uff, ¿cómo te quitas a semejante truño de tío de encima?
Con este tipo de sujetos es ir siempre caminando por el desfiladero más helado. Y lo peor es que en muchas ocasiones ni te darás cuenta de con quién estás dando. Sólo si te cuenta que de niño fue expulsado de la escuela porque su compañera de colegio víctima de su acoso se quiso tirar desde la azotea del colegio, puedes vislumbrar que por cómo cuenta ese suceso, sigues estando ante el mismo hijo de puta acosador, pero con muchos años de “escuela” que han refinado sus procedimientos.
Hace poco leí “La Caricia de Tánatos” de María José Moreno, y a medida que iba leyendo me sorprendía cada vez más porque llegué a pensar que el antagonista de esta novela era un fiel reflejo del personaje al que me refiero. Por la situación geográfica donde desarrolla su actividad profesional la escritora, y a la vez radica la acción de la novela, llegué a dudar aún más de mi conjetura (el tipo que sufrí es de por allí). Es como si la escritora hubiera conocido al mismo personaje que yo, pero para echar este pensamiento de mi cabeza deduje que puede que haya muchos sujetos como el referido y se influyan mutuamente. Y creo que deduzco bien, porque el trastorno narcisista de la personalidad es algo demasiado frecuente en estos días, más bien es una plaga. Como decía Lorenzo Silva en el prólogo de “Consummatum est” hay demasiados psicópatas que escudan su sadismo y sus actos violentos en sus tristes infancias. ¿Y quién puede presumir de haber de haber tenido una buena infancia? Muy poca gente, yo al menos creo conocer sólo a dos personas. Quien más, quien menos, tiene en esa época de su vida episodios aciagos que marcan los recuerdos y, por tanto, la personalidad en un tanto por ciento variable según los casos. Matemáticamente es tan poco beneficioso dedicar el resto de nuestras vidas a compensar los tristes episodios de los que se vio teñida la felicidad de nuestra niñez que sorprende que personas que se tienen por inteligentes consagren el más mínimo esfuerzo a vengar estos agravios infantiles.
Se pueden llegar a escuchar cosas como el resquemor hacia un padre ausente debido a un divorcio acaecido en la temprana edad del muchacho. Y yo digo: ¿cuántos seres humanos son directamente huérfanos de padre, madre, o de los dos? ¿cuántos niños se han criado con sus abuelas porque sus padres trabajaban lejos y mucho? ¿cuántos niños teniendo padres eran ignorados por éstos? ¿cuántos niños eran convertidos en adultos para ejercer la tutela efectiva (la real) sobre sus hermanos más pequeños?
¿Tantos traumatizados hay? Quizá debiéramos remontarnos hasta el origen de esta exigencia general de infancias felices, pese a que muchos de nosotros nos hemos educado con cuentos como Cenicienta, Blancanieves, Bambi, Pulgarcito, Hansel & Gretel, protagonizados por niños con ciertos "problemillas" (no spoil) a su alrededor, existe una idea extendida de que las infancias debieran ser felices sí o sí, pasando de los ejemplos de los cuentos, que son sólo cuentos. Y me resisto a creer que incluso siendo niño, y ya de mayor se elabore la idea de que las desgracias y los pesares sólo deben ser para los demás como si esos “demás” fueran más merecedores de las injusticias y los agravios varios que ellos mismos. Y son esta clase de personas que se sitúan, con respecto al resto de los mortales, en otra esfera de realidad las que acaban repugnando toda norma, escrita o no, que deban obedecer, y ni tan siquiera la acatan cara a la galería, llegando a presumir abiertamente de sus comportamientos machistas con sus novias, sus conductas poco bien vistas en el trabajo, etc. Su desprecio por la norma, hasta la que conviene a su salud es tal, que pueden estar presumiendo de la cantidad de productos para culturistas que se meten pese a ser delicados de riñón y estar advertidos por el médico, pero como ellos mismos dicen:
“Es que si voy a la playa y no me miran las tías me deprimo.”
Esta frase, la de justo encima, entrecomillada y centrada, es la que puede resumir con toda exactitud un trastorno narcisista de la personalidad, alguien que, partiendo de carencias y complejos alrededor de las mismas, intenta llamar la atención para sí de forma enfermiza, pues como acabo de describir es capaz de dañarse la salud con tal de conseguir piropos y miradas de admiración. Pero hasta lo que acabo de escribir sólo se daña él mismo, pero los trastornos se definen como ese comportamiento que se sale de lo habitual y que produce daños a otros o al propio sujeto que lo ejerce. Y el trastornado puede atiborrarse de anabolizantes, pero si le dices algo en broma en contestación a un consejo no pedido por ti, puede hacértelo pagar muy caro, y lo hará en aquello que crea que te va a doler más: si te acabas de comprar un coche, te lo rayará; si eres muy cumplidor en el trabajo, te comprometerá para que quedes mal; si tienes amigos, intentará volverlos contra ti; y así hasta el infinito. Y aquí ya entramos en la psicopatía, ¿un psicópata nace o se hace? En los últimos años debido a los productos audiovisuales de entretenimiento, así como la literatura, esta figura de la Psicología/Psiquiatría se ha puesto tan de moda que hasta un invitado puede soltártelo como un insulto mientras te rechaza el pollo. Un psicópata no es por definición un asesino en serie, aunque en un asesino la psicopatía puede ser un acelerante como la gasolina en una fogata. Un psicópata es un tipo que tiene un procesamiento anormal de las emociones, y siguiendo la explicación tópica y simplista, tiene mucha dificultad para empatizar (es esa sensación que experimentas cuando un amigo tuyo te cuenta que se ha pillado el prepucio con la cremallera, por ejemplo) con otro ser humano o no empatiza, con lo cual dudará menos en lanzarte objetos a tu pierna recién escayolada que otro ser. Y visto lo visto, psicópatas hay de muchas clases. En el caso del trastornado narcisista, si es congénito o degenera en psicópata, verás que su obsesión vengativa por la más mínima afrenta le llevará a tales extremos que pasará incluso por encima de su propia conveniencia, ya no digamos la de los demás.
Pongamos por ejemplo que la venganza consista en rayar el coche de su ofensor:
A) Un no psicópata valoraría la idea de vengarse intentando proyectar las posibles consecuencias de sus actos basadas en las reacciones de la gente. Digamos que yo pensaría más allá de consideraciones morales sobre el perdón, que si rallo el coche y no me descubren, quizá pudieran culpar a otra persona y esa persona podría acabar reaccionando violentamente y acabar todo en una pelea en la que pudieran resultar heridas personas inocentes de todo.
B) El psicópata aunque entrara en estas consideraciones, no sabría valorar, o no lo haría, las posibles reacciones de las personas ante su acto vengativo de rayar el coche.
Podría seguir hablando de los psicópatas, pero nos quedaremos en el trastorno narcisista de la personalidad tan frecuente en estos días, y tan bien visto, no en vano a mediodía se nos obsequia con altas dosis de este trastorno en ese programa tan recomendable para distraerse sin mayores consecuencias (sarcasmo) que es MHYV. Una cosa es tener amor propio y otra ciertas personalidades que pueblan estos medios.
P.D.: Durante la acelerada escritura de este artículo he tenido dudas ortográficas entre rallar y rayar, así que os ofrezco este enlace por si os ocurre lo mismo.
Creo haberlo solucionado, pero sigo sin quedarme con ello. Eso sí, cuando diga "Me estoy rallando", me imaginaré un rallador de queso; y cuando diga "Me está rayando la pintura", me imaginaré a Llum Barrera rayando el coche en "Diario de una ninfómana".
Creo haberlo solucionado, pero sigo sin quedarme con ello. Eso sí, cuando diga "Me estoy rallando", me imaginaré un rallador de queso; y cuando diga "Me está rayando la pintura", me imaginaré a Llum Barrera rayando el coche en "Diario de una ninfómana".
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